Agrupaciones y colectivos de jóvenes arquitectos se hacen un lugar en la escena profesional. Los principiantes se unen entre sí para adquirir experiencia y compartir su banco de ideas en concursos de obras.
Cuando hace cinco años se difundió el resultado del concurso para estudiantes que la revista Quaderns convocó para el diseño de 400.000 viviendas en tres localizaciones de Cataluña, muchos se hicieron la misma pregunta: ¿quiénes son esos Zuloark que han ganado dos de los tres solares? "Zuloark es el que se siente Zuloark". Ésta es la explicación que un grupo de jóvenes arquitectos daba entonces de sí mismos. Todos los que han llegado a verse y han sido vistos como zuloarkables tienen acceso a las zulo-cuentas de correo electrónico. En estos momentos son más de cuarenta los arquitectos o estudiantes de arquitectura que llegan a enterarse de los nuevos encargos y tienen la opción de participar, como socios de pleno derecho, en su desarrollo. Algunos colaboran en la distancia, en zulos conectados desde París o Berlín.
Los honorarios se reparten de manera proporcional al tiempo que cada uno dedicó, pero un 10% se reserva para pagar los gastos de la antigua academia, en el madrileño Barrio de las Letras, que cumple las funciones de sede social. Sólo hay dos condiciones para mantenerse en el grupo. La primera: comprometerse a ser generoso con los conocimientos y las habilidades que cada uno atesora. La segunda: asegurarse de acreditar la producción del grupo únicamente a la marca corporativa Zuloark (www.zuloark.com). Metidos en faena, cada uno hace lo que sabe hacer bien, al tiempo que enseña y aprende de los otros. El principal motor del grupo es la hambruna de habilidades propia de profesionales de la era 2.0. Muchos de ellos reconocen Zuloark "como el máster que nunca habrían podido pagar". Con cada proyecto, pactan estrategias de diseño generales, pero, en cuanto llega el momento de la resolución en detalle, la decisión la toma el que en ese momento está haciendo el trabajo. "Si algo no te convence, ¡añádele algo más!". No se trata de consensuar, y aquí está la diferencia con otros colectivos, sino de encontrar fórmulas para que producciones singulares, y casi siempre individuales, puedan enlazarse con otras y proporcionar un producto que compita con proyectos de voz única. Cuando tienen tiempo libre, acumulan en sus discos duros para después tener material que remezclar. Sus proyectos contienen remakes, sampleados, versiones y suecadas de los últimos veinte años de la arquitectura contemporánea. Rara vez hay un paso atrás, cada entrega es el registro actualizado de lo que ocurrió desde que alguien comenzó a trabajar. Si hay una constante en su trabajo es la de utilizar los soportes disponibles como oportunidad para redefinir espacios sociales. Catálogos de arquitectura que aprovechan las técnicas de interacción desarrolladas para los álbumes de cromos, un jardín en un patio de manzanas que reconfigura las relaciones de una comunidad de vecinos, webs para generar relaciones interpersonales o el espacio expositivo-chill-out-reciclable COAM en la Escuela de Arquitectura de Madrid.
A pesar de su visibilidad, por el momento sus ingresos no superan a los de un estudiante empleado en una oficina asentada. A base de echar horas sin echar cuentas y explotar su posición privilegiada ante la brecha digital, pueden producir para un concurso de propuestas arquitectónicas una densidad de píxeles por centímetro cuadrado de panel, que la oficina asentada jamás podría encajar en una contabilidad normalizada.
En estos momentos son noticia, además, por haber sido invitados por los arquitectos Luis Moreno Mansilla y Emilio Tuñón a convertirse en directores adjuntos de la X Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo.
En la era de las retóricas copyleft y de los relatos idealizados del desarrollo cooperativo de Linux, su experiencia se ha convertido en referencia para una parte de los jóvenes arquitectos españoles. Sus dibujos, los colores que utilizan, las composiciones de sus paneles de concurso o los iconos con que hacen comprensibles sus propuestas son imitados por muchos que ni siquiera conocen su nombre. La fórmula encaja con los planes de muchos arquitectos debutantes que prefieren aprender por su cuenta lo que otros esperan conocer trabajando en un estudio de prestigio. Hay muchos más grupos de arquitectos que trabajan como colectivos en Madrid de los que pueden incluirse aquí. Por ejemplo, PKMN (www.pkmn.es), que se consolidó como grupo estable cuando su propuesta ganó el primer premio del Concurso para la Reactivación de Azca de la Fundación Asprima. Desde entonces, entre otros muchos proyectos, desarrollan un programa de acciones urbanas, en colaboración con diferentes ayuntamientos, para promover eventos que celebren la singularidad de sus ciudadanías: "Ciudad crea ciudad". O los colectivos Zira 02 (www.zira02.com) y Leon 11 (www.leon11.com) que, además de contar con un expediente extenso de propuestas de concurso premiadas, han generado ya un brillante catálogo de herramientas gráficas que muchos estudios de referencia se disputan en la actualidad. Todos ellos forman parte de la plataforma Zoohaus (www.zoohaus.es), que pretende convertirse en un marco para el intercambio instrumental y la cooperación en la producción de propuestas arquitectónicas. Unos grupos y una plataforma que ganaron visibilidad gracias a la apuesta de Ariadna Cantis por incluirles en la segunda y tercera edición de la plataforma Fresh de arquitectura emergente madrileña.
Estos colectivos cuentan con importantes precedentes, como la Casa Leganitos, de la que no sólo han surgido spin offs como el grupo Motocross -incluido también en la segunda convocatoria Fresh-, también ha sido el centro social que poco a poco, fiesta a fiesta y propuesta a propuesta ha instalado, en pequeños nichos de la arquitectura madrileña, sensibilidades hasta hace poco marginales. Como las geometrías y sintaxis compositivas de los trabajos textiles, el interés por las "tecnologías obsoletas" o la reivindicación arquitectónica de los espacios comerciales y hosteleros de las comunidades asiáticas del centro de la ciudad. O el grupo MMMM, una asociación de dos arquitectos, una periodista y un ingeniero naval y cyberempresario, que en 2002 se hicieron populares con la red social Telemadre. Los dos arquitectos, que compaginan su participación en el grupo con prácticas de arquitectura más convencionales, se animaron a trabajar como arquitectos emboscados en el desarrollo de proyectos artísticos, buscando las reflexiones y las herramientas de trabajo que podían surgir de la observación del resultado de las situaciones sociales novedosas que sus intervenciones provocaban.
Y todavía hay muchos más. Como el colectivo Basurama (www.basurama.org), que desde 2001 trabaja con la basura como material creativo. Y que ha hecho de la explotación de las controversias que la gestión de los residuos genera el tema de un continuo programa de experimentos, talleres y documentos públicos que han encontrado un encaje feliz con los programas ecosensibles de las redes internacionales de instituciones culturales. O el proyecto para dotar de representación a los niños en la construcción de la ciudad del grupo Ludotek (www.ludotek.net), que ha llegado a ser incluido en la Documenta 2007.
Pocos han prestado atención a cómo las historiografías de la arquitectura han construido la imagen del arquitecto anhelado como la de un creador solitario. No hay que olvidar que el beneficioso impulso que historiadores de la modernidad como Kenneth Frampton dieron a los maestros de la Escuela de Madrid restó protagonismo al papel que espacios de interacción como las publicaciones -por ejemplo Nueva Forma-, los laboratorios -por ejemplo el Centro de Cálculo- o simplemente los grupos de trabajo -como el que formó Sáenz de Oiza para el diseño del entonces Banco de Bilbao- han tenido en la institucionalización social de la arquitectura de la ciudad. Las apropiaciones transdisciplinares de MMMM, la incorporación de lógicas y organizaciones hasta hace poco marginales operada por la Casa Leganitos, la explotación de las herramientas gráficas y de los protocolos para la interacción productiva de los grupos que cooperan en Zoohaus o la emergencia en el contexto profesional como agentes comprometidos con una preocupación pública de Basurama y Ludotek han dejado abiertos nuevos campos que dotan de diversidad a la práctica de la arquitectura. No está claro que todos ellos vayan a encontrar nichos de oportunidad en un mercado que pide a los proyectos lo mismo que a un galán de telenovela: una encarnación unipersonal, heroica y sin rastro de duda o contradicción. Ni siquiera es fácil que lleguen a encontrar un traje fiscal conveniente o una fórmula adecuada para asegurar su responsabilidad civil. Pero lo que no cabe duda es que sus webs, en la actualidad, tienen más visitas que las de la mayoría de los grandes estudios. Y eso, en estos tiempos que corren, algo debe significar.
Fuente | ElPais
Zuloark, jóvenes arquitectos unidos
Etiquetas: Arquitectura, Zuloark
Peter Zumthor premio Pritzker de arquitectura
El Pritzker ha vuelto a premiar a un solitario. El jurado lo ha descrito como un "creador de lugares más que de simples edificios", pero Peter Zumthor (Basilea, 1943) fue ebanista antes que arquitecto. Y esa huella está presente en todos sus edificios. Incluso en los que no son de madera. Hijo de carpintero, estudió diseño en el Pratt Institute de Nueva York antes de convertirse en arquitecto. Allí quedó fascinado por el movimiento moderno. Y decidió reparar sus errores: incorporarle calidad. Y calidez.
Con ese equipaje, desde un puesto de encargado de preservar los monumentos históricos, y con la voluntad de cuajar una relectura de los métodos constructivos y los materiales tradicionales, con 46 años Zumthor firmó la Capilla de San Benedicto en el valle del Rhin. Corría 1989 y la imagen en blanco y negro de ese diminuto edificio le valió al ermitaño fama mundial. Aparecía un arquitecto más artesano que intelectual. Continuó trabajando sin apenas salir de su pueblo, Haldenstein, donde ha criado a sus tres hijos. Y siete años después volvió a mover ficha. Para entonces el carpintero suizo -él mismo declaró a EL PAÍS: "Sólo soy un carpintero que dice la verdad"- construyó con piedra.
Las Termas de Vals (1996), en su país, es su edificio más admirado. La ansiada unión entre abstracción moderna y cualidad artesanal logra en estos baños un exterior preciso, en el que la piedra está cortada como los ladrillos de las termas romanas, y un interior litúrgico con chorros de luz natural. De nuevo el reconocimiento unánime de críticos y profesionales (Zumthor es un solitario, pero no tiene detractores) aplaudió otra vez el gesto del suizo.
Con todo, él guardaba otro as en la manga: no lejos de los Alpes, en Bregenz (Austria), estaba levantando el Museo de Arte de la ciudad: un prisma envuelto en muro cortina, traslúcido y fragmentado, que parece suspender el edificio en la esquina de una ciudad medieval. Evidentemente, se trata de uno de esos centros que atraen más visitantes por el contenedor que por el contenido, sólo que discreto, perfecto y mudo, nadie podría adivinarlo. Allí nadie grita.
Tal vez por eso, la arquitectura de Zumthor representa para la mayoría de sus colegas la autenticidad. Y sin embargo, cada uno de sus escasos proyectos tiene una altísima, y pulidísima, carga formal. Sus esmerados edificios, cuidados al milímetro, pensados a partir del material e ideados para no molestar en absoluto y, sin embargo, para sorprender también de muchas maneras, son, sin duda, espectaculares. Pero es obvio que se trata de otro tipo de espectáculo, tal vez para adultos.
"No hay ideas más que en las cosas". A Zumthor le gusta citar el aforismo del poeta médico William Carlos Williams. Reconocer que el material es una clave arquitectónica, por encima de valores más consensuados como la luz, se suele tachar de retrógrado. Pero Zumthor insiste, como los antiguos escultores, en que en el material está encerrada la forma. Y demuestra cuán subversivo puede llegar a ser analizar la tradición y tratar de mejorar esa herencia. Aunque asegura no hacer edificios para los ojos, sus proyectos invitan a la vista tanto como al tacto. Y en esa extraña lectura táctil es la piedra, la madera o el hormigón quien habla. En 2007 construyó una cabaña primitiva con más de cien troncos gigantes. Sobre esa tienda vertió hormigón. Cuando fraguó, quemó los troncos. El cemento de la capilla del hermano Klaus en Mechernich (Alemania) logró una calidez inesperada. También en 2007 recuperó las ruinas de una iglesia gótica, destrozada por un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial, para levantar en Colonia el Museo Kolumba, un inmueble sin edad, pero con una densa historia.
Premiar a Zumthor es inyectar credibilidad a un galardón, el mejor dotado y el principal premio que puede recibir un arquitecto, que en los últimos años parecía estar más pendiente de asociarse con la tendencia del momento (Thom Mayne) o de no herir a olvidados (Richard Rogers), que de reconocer a quienes lo merecen. Premio doble para el Pritzker y para el carpintero suizo, aunque, de justicia es reconocerlo, el Premio Imperiale japonés supo verlo antes. Zumthor lo obtuvo en 2008 tras lograr el Mies van der Rohe en 1998 cuando, como hoy, apenas había levantado un puñado de edificios. No relaciona el triunfo con el número de proyectos: "Quiero ser el autor de todos mis edificios", ha declarado. En los momentos de mayor ajetreo, veinte personas le ayudan en su estudio.
Fuente | ElPais
Etiquetas: Arquitectura, Peter Zumthor